jueves, 9 de julio de 2020

Canonización de sor Teresa de Los Andes

5. Luz de Cristo para toda la Iglesia chilena es Sor Teresa de los Andes, Teresa de Jesús, carmelita descalza y primicia de santidad del Carmelo Teresiano de América Latina, que hoy es incorporada al número de los Santos de la Iglesia universal. 

Al igual que en la primera lectura que hemos escuchado del libro de Samuel, la figura de Teresa sobresale no por “su apariencia ni su gran estatura”. “La mirada de Dios –nos dice el libro sagrado– no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.  Por eso, en su joven vida de poco más de 19 años, en sus once meses de carmelita, Dios ha hecho brillar en ella de modo admirable la luz de su Hijo Jesucristo, para que sirva de faro y guía a un mundo que parece cegarse con el resplandor de lo divino. A una sociedad secularizada, que vive de espaldas a Dios, esta carmelita chilena, que con vivo gozo presento como modelo de la perenne juventud del Evangelio, ofrece el límpido testimonio de una existencia que proclama a los hombres y mujeres de hoy que en el amar, adorar y servir a Dios están la grandeza y el gozo, la libertad y la realización plena de la criatura humana. La vida de la bienaventurada Teresa grita quedamente desde el claustro: “¡Sólo Dios basta!”. 

Y lo grita especialmente a los jóvenes, hambrientos de verdad y en búsqueda de una luz que dé sentido a sus vidas. A una juventud solicitada por los continuos mensajes y estímulos de una cultura erotizada, y a una sociedad que confunde el amor genuino, que es donación, con la utilización hedonista del otro, esta joven virgen de los Andes proclama hoy la belleza y bienaventuranza que emana de los corazones puros. 

En su tierno amor a Cristo Teresa encuentra la esencia del mensaje cristiano: amar, sufrir, orar, servir. En el seno de su familia aprendió a amar a Dios sobre todas las cosas. Y al sentirse posesión exclusiva de su Creador, su amor al prójimo se hace aún más intenso y definitivo. Así lo afirma en una de sus cartas: “Cuando quiero, es para siempre. Una carmelita no olvida jamás. Desde su pequeña celda acompaña a las almas que en el mundo quiso”. 

6. Su encendido amor lleva a Teresa a desear sufrir con Jesús y como Jesús: “Sufrir y amar, como el cordero de Dios que lleva sobre sí los pecados del mundo” –nos dice–. Ella quiere ser hostia inmaculada ofrecida en sacrificio continuo y silencioso por los pecadores. “Somos corredentoras del mundo –dirá más adelante– y la redención de las almas no se efectúa sin cruz”.  

La joven Santa chilena fue eminentemente un alma contemplativa. Durante largas horas junto al tabernáculo y ante la cruz que presidía su celda, ora y adora, suplica y expía por la redención del mundo, animando con la fuerza del Espíritu el apostolado de los misioneros y, en especial, el de los sacerdotes. “La carmelita –nos dirá– es hermana del sacerdote”.  Sin embargo, ser contemplativa como María de Betania no exime a Teresa de servir como Marta. En un mundo donde se lucha sin denuedo por sobresalir, por poseer y dominar, ella nos ense$ña que la felicidad está en ser la última y la servidora de todos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en redención de muchos.  

Ahora, desde la eternidad, Santa Teresa de los Andes continúa intercediendo como abogada de un sin fin de hermanos y hermanas. La que encontró su cielo en la tierra desposando a Jesús, lo contempla ahora sin velos ni sombras, y desde su inmediata cercania intercede por quienes buscan la luz de Cristo. 

(S. Juan Pablo II, 21 de marzo de 1993, extracto de la homilía en Roma)