martes, 15 de julio de 2014

S. Juan Pablo II Consagra a Chile a la Virgen del Carmen

1. Te bendecimos, ¡oh Dios nuestro!, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, porque elegiste a María, desde antes de la creación del
mundo, para ser santa e inmaculada ante Ti por el amor.
En previsión de los méritos de Cristo,
la redimiste y constituiste Madre del mismo Redentor.
Por virtud del Espíritu Santo hiciste de Ella para siempre
templo de tu gloria, una nueva criatura,
primicia de la nueva humanidad.
¡Bendito seas por siempre, Señor!

2. ¡Bendita Tú entre las mujeres, Virgen María,
y bendito el fruto de tu seno, Jesús!
En Ti, la llena de gracia, se refleja la bondad de Dios
y el destino de la criatura humana,
para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos enriqueció en su Hijo muy amado,
que es nuestro Hermano e Hijo tuyo, Jesucristo.
Tú, la humilde sierva del Señor,
eres el modelo de los discípulos de Cristo
que consagran su vida a realizar la voluntad del Padre
para la venida de su reino.

3. ¡Santa María, Madre de Cristo,
Madre de Dios y Madre nuestra!
Bajo tu amparo nos acogemos,
a tu intercesión maternal nos confiamos.
Como Tú te consagraste totalmente a Dios,
nosotros, siguiendo tu ejemplo
y en comunión contigo,
nos consagramos a Cristo el Señor;
nos consagramos también a Ti, nuestro modelo,
porque queremos hacer en todo la voluntad del Padre,
y ser como Tú fieles a las inspiraciones del Espíritu.

4. ¡Virgen del Carmen de Maipú,
Reina y Patrona del pueblo chileno!
A tu corazón de Madre encomiendo la Iglesia
y todos los habitantes de Chile:
los Pastores y los fieles,
todos los hijos de esta nación.
Que bajo tu protección maternal,
Chile sea una familia unida en el hogar común,
una patria reconciliada en el perdón
y en el olvido de las injurias,
en la paz y en el amor de Cristo.
Tú que eres la Madre de la Vida verdadera,
enséñanos a ser testigos del Dios vivo,
del amor que es más fuerte que la muerte,
del perdón que disculpa las ofensas,
de la esperanza que mira hacia el futuro
para construir, con la fuerza del Evangelio,
la civilización del amor en una patria reconciliada y en paz.

5. ¡Santa María de la Esperanza,
Virgen del Carmen y Madre de Chile!
Extiende tu escapulario, como manto de protección,
sobre las ciudades y los pueblos, sobre la cordillera y el mar,
sobre hombres y mujeres, jóvenes y niños,
ancianos y enfermos, huérfanos y afligidos,
sobre los hijos fieles y sobre las ovejas descarriadas.
Tú, que en cada hogar chileno tienes un altar familiar,
que en cada corazón chileno tienes un altar vivo,
acoge la plegaria de tu pueblo, que ahora, con el Papa, de nuevo se consagra a Ti.
Estrella de los mares y Faro de luz,
consuelo seguro para el pueblo peregrino,
guía los pasos de Chile en su peregrinar terreno,
para que recorra siempre senderos de paz y de concordia,
caminos de Evangelio, de progreso, de justicia y libertad.
Reconcilia a los hermanos en un abrazo fraterno;
que desaparezcan los odios y los rencores,
que se superen las divisiones y las barreras,
que se unan las rupturas y sanen las heridas.
Haz que Cristo sea nuestra Paz,
que su perdón renueve los corazones,
que su Palabra sea esperanza y fermento en la sociedad.

6. ¡Madre de la Iglesia y de todos los hombres!
Inspira y conserva la fidelidad a Cristo
en la nación chilena y en el continente latinoamericano.
Mantén viva la unidad de la Iglesia bajo la cruz de tu Hijo.
Haz que los hombres de todos los pueblos,
reconozcan su mismo origen y su idéntico destino,
se respeten y amen como hijos del mismo Padre,
en Cristo Jesús, nuestro único Salvador,
en el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra,
para gloria y alabanza de la Santísima Trinidad.
Amén.

Saludo a los Campesinos en el Santuario de Maipú

Queridos hermanos y hermanas,
1. Mientras venía hacia Maipú, para esta solemne coronación de la imagen de la Santísima Virgen del Carmen, daba gracias a Dios Nuestro Padre, de quien proviene todo bien, al contemplar vuestros campos y. en particular, las chacras de Maipú que vosotros cultiváis con dedicación y esfuerzo.
Me causa profunda alegría encontrarme en este lugar con tantos fieles de Santiago y de todo el país, en esta gran explanada del santuario nacional de Maipú. Al veros aquí, en torno a Jesús y a Maria, me parece contemplar a todos los chilenos y chilenas, que una vez más se ponen bajo el manto protector de la Virgen del Carmen, visiblemente figurado en la arquitectura del santuario.
Saludo de modo especial a los habitantes de Maipú y a todos los campesinos de Santiago, que han querido venir a honrar a la Virgen con las mejores expresiones de su tradición huasa.
2. Queridos campesinos: Vuestro trabajo posee una especial nobleza, porque constituye un servicio básico, imprescindible para toda la comunidad y porque, a través de él, realizáis vuestra vocación humana como colaboradores de Dios, en estrecho contacto con la naturaleza.
Precisamente porque el trabajo es colaboración con Dios, los cristianos no podemos conformarnos con un trabajo hecho a medias. El “Evangelio del trabajo” que nos enseñó Jesús en Nazaret durante su vida de artesano, os ha de alentar en vuestros propios quehaceres: os ha de estimular también a mejorar la propia cultura y a perfeccionar vuestra capacitación profesional.
Además de esto, el cristiano ha de integrar toda su vida profesional en la ofrenda de sí mismo que, a través de Cristo, presenta al Padre, y está llamado también a realizar su quehacer diario buscando la unión con Dios.
“El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra de Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, –escribía en la Encíclica Laborem Exercens– sepa qué puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio” (Laborem Exercens, 27).
Sé muy bien que en vuestra vida y en vuestras tareas cotidianas no dejan de existir serias dificultades y acaso momentos de desaliento. El Señor no os abandona y nos invita a unir nuestro dolor a su sufrimiento redentor en la Cruz. También existen momentos de alegría y gozo, en los que nuestro corazón debe cantar y alabar a Dios. Tanto las penas como las alegrías, deben constituir un motivo para acercarnos más al Señor e impulsarnos a una vida cristiana más profunda.
El nombre de Maipú evoca gestas heroicas de los Padres de la patria. También el Señor pide ahora, a cada uno, un renovado esfuerzo orientado a adquirir las virtudes cristianas; que ese empeño no desdiga del que, en otro terreno, realizaron aquellos próceres. Así, vuestro trabajo, vivificado por los sacramentos, por la oración, por las virtudes humanas y cristianas, se convertirá en medio y ocasión de imitar a Jesús en su “ Evangelio del trabajo ”.
3. La gran Cruz de Maipú que nos preside, en la que están representadas todas las diócesis de Chile, quiera ser un símbolo de la unidad de todos los chilenos bajo este signo cristiano por excelencia. Desde la Cruz del Gólgota, Jesucristo nos entregó a su Madre para que fuera nuestra Madre. A Ella, la Santísima Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, le pedimos que nos ayude a mantener siempre esa unidad propia de los buenos hermanos, hijos de un mismo Padre que está en el cielo. Amén.