martes, 13 de mayo de 2014

Beatificación de Jacinta y Francisco, Pastorcitos de Fátima



Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima Sábado 13 de mayo de 2000

1. "Yo te bendigo, Padre, (...) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25).

Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.

Por designio divino, "una mujer vestida del sol" (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.

Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: "Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré contigo" (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en "zarza ardiente" del Altísimo.

2. Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: "Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él". Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de "consolar y dar alegría a Jesús".

En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.

Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.

3. "Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Ap 12, 3).
Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.

¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.

El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.

Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).

Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".

4.La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.

Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.

5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.

Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.

Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.

6.Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.

Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la "escuela" de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que "se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos" (san Luis María Grignion de Montfort,Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: "Fue Nuestra Señora", le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.

7."Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños".

Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.

Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.

lunes, 12 de mayo de 2014

Consagración de la Iglesia y el Mundo al Inmaculado Corazón de María


Recurrimos a tu protección Santa Madre de Dios en unión con la Iglesia, el Papa y nuestros obispos. Recordamos las palabras del Señor: "Vayan y hagan discípulos de todas las naciones. Y yo estaré con ustedes siempre hasta el fin de los tiempos" (Mt 28, 19-20)

Por lo tanto, Oh Madre de cada individuo y de todos los Pueblos, tu que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, tu que como Madre conoces las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, que aflige al mundo moderno, acepta nuestros clamores, en los que nosotros movidos por el Espíritu Santo dirigimos directamente a tu Corazón.

Acoge con el amor de Madre y Sierva del Señor, al genero humano, el que confiamos y consagramos a ti, ya que estamos plenamente preocupados por el destino terreno y eterno de cada individuo y de todos los pueblos. De manera especial te encomendamos y consagramos a esos individuos y naciones que particularmente necesitan ser encomendados y consagrados.

Hemos recurrido a tu protección Santa Madre de Dios, no deseches nuestras peticiones en nuestras necesidades.

Aquí estamos ante ti, Madre de Cristo, ante tu Inmaculado Corazón, deseamos, junto con toda la Iglesia unirnos con la consagración que por amor a nosotros tu Hijo hizo al Padre: "Por ellos, dijo Jesús, me consagro a mi mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad". Juan 17,19

Deseamos unirnos a nuestro Redentor, en esta Su consagración por el mundo y toda la raza humana, por la que, en su divino Corazón, tiene el poder de obtener el perdón y asegurar reparación. Su poder dura para siempre y abarca a todos los individuos y naciones. Sobrepasa todo mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de traer y que ya ha traído en nuestros tiempos al corazón del hombre y en su historia.

Se bendita por encima de todas las criaturas, tu la Sierva del Señor, quien a plenitud fuiste bediente a la llamada divina.
Bendita eres tu, quien esta completamente unida a la consagración redentora de tu Hijo. Madre de la Iglesia, ilumina al Pueblo de Dios, por sus sendas de la fe, la esperanza y el amor. Ayúdanos a vivir en la verdad de la consagración de Cristo por toda la familia humana del mundo moderno".

Encomendándote Oh Madre, al mundo, cada persona y los pueblos, nosotros también encomendamos a ti esta consagración del mundo, depositándola en tu corazón maternal:

¡Oh Corazón Inmaculado! ¡Ayúdanos a conquistar la amenaza del mal, que con tanta facilidad echa raíces en los corazones de la gente de hoy, y cuyos efectos inconmensurables ya pesan sobre nuestro mundo moderno y parecen bloquear los caminos que conducen al futuro! 

Del hambre de la guerra, líbranos Señora.
De la guerra nuclear, de la incalculable auto-destrucción, de todo tipo de guerra, líbranos Señora.
De los pecados contra la vida humana desde su concepción, líbranos Señora. 
Del odio y de la degradación de la dignidad de los hijos de Dios,
líbranos Señora.
De todo tipo de injusticia en la vida de la sociedad, tanto nacional como internacional, líbranos Señora.
De la disposición para pisotear los Mandamientos de Dios, líbranos Señora.
De los intentos de sofocar en los corazones humanos la misma verdad de Dios, líbranos Señora.
De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos Señora.

Acepta Oh Madre de Cristo este grito vertido con todos los sufrimientos de cada ser humano, vertido con los sufrimientos de todas las sociedades.

Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo vencer todo pecado: los pecados individuales y los pecados del mundo, el pecado en todas sus manifestaciones.

Permite que se revele, otra vez en la historia del mundo, el infinito poder salvífico de la Redención: el poder del Amor Misericordioso. Que este poder detenga el mal. Que transforme las conciencias. Que tu Inmaculado Corazón revele a todos la luz de la esperanza.

AMEN

lunes, 5 de mayo de 2014

1982. Homilía en Fátima. A un año del atentado.


1. "Y a partir de aquel momento, el discípulo la recibió en su casa" (Jn,19- 27)
Con estas palabras termina el Evangelio de la Liturgia de hoy, aquí en Fátima. El nombre del discípulo era Juan. Precisamente él, Juan, hijo de Zebedeo, apóstol y evangelista, oyó desde lo alto de la Cruz las palabras de Cristo: "He aquí a tu Madre". Anteriormente, Jesús había dicho a la propia Madre: "Señora, He aquí a Tu hijo". Este fue un testamento maravilloso.
Al dejar este mundo, Cristo dio a Su Madre un hombre que fuese para Ella como un hijo: Juan. A Ella lo confió. Y, en consecuencia de esta donación y de este acto de entrega, María se tornó madre de Juan. La Madre de Dios se tornó Madre del hombre.
Y, a partir de aquel momento, Juan "la recibió en su casa". Juan se tornó también en amparo terrenal de la Madre de su Maestro; es derecho y deber de los hijos, efectivamente, asumir el cuidado de la madre. Pero por encima de todo, Juan se tornó por voluntad de Cristo, en el hijo de la Madre de Dios. Y, en Juan, todos y cada uno de los hombres se tornaron hijos de Ella.
2. "La recibió en su casa" - esta frase significa, literalmente, en su habitación.
Una manifestación particular de la maternidad de María en relación a los hombres, son los lugares en que Ella se encuentra con ellos; las casas donde Ella habita; casas donde se siente una presencia toda particular de la Madre. Estos lugares y estas casas son numerosísimas y de una gran variedad: desde los oratorios en las casas y los nichos a lo largo de los caminos, donde sobresale luminosa la imagen de la Santa Madre de Dios, hasta las capillas y las iglesias construidas en Su honra. Hay sin embargo, algunos lugares, en los cuales los hombres sienten particularmente viva la presencia de la Madre. No raro, estos sitios irradian ampliamente su luz y atraen a sí personas de lejos. Su círculo de irradiación puede extenderse al ámbito de una diócesis, a una nación entera, a veces a varios países y hasta los diversos continentes. Estos lugares son los Santuarios Marianos.
En todos ellos se realiza de manera admirable aquel testamento singular del Señor Crucificado: allí el hombre se siente entregado y confiado a María y viene para estar con Ella, como se está con la propia Madre. Le abre su corazón y le habla de todo: "La recibe en su casa", dentro de todos sus problemas, a veces difíciles. Problemas propios y de otros. Problemas de las familias, de las sociedades, de las naciones, de la humanidad entera.
3. ¿No sucede así, por ventura, en el santuario de Lourdes en Francia? ¿No es igualmente así, en Jasna Góra en tierras polacas, en el santuario de mi País, que este año celebra su jubileo de los seiscientos años?
Parece que también allá, como en tantos otros santuarios marianos esparcidos por el mundo, con una fuerza de autenticidad particular, resuenan estas palabras de la Liturgia del día de hoy: "Tu eres la honra de nuestro pueblo" (Judit, 15-10); y también aquellas otras:
"Ante la humillación de nuestra gente", "... aliviaste nuestro abatimiento, con tu rectitud, en la presencia de nuestro Dios"(Judt. 13-20).
Estas palabras resuenan aquí en Fátima casi como eco particular de las experiencias vividas no sólo por la Nación portuguesa, sino también por tantas otras naciones y pueblos que se encuentran sobre la faz de la tierra; o mejor, ellas son el eco de las experiencias de toda la humanidad contemporánea, de toda la familia humana.
4. Vengo hoy aquí, porque exactamente en este mismo día del mes, el año pasado, se daba, en la Plaza de San Pedro, en Roma, el atentado a la vida del Papa, que misteriosamente coincidía con el aniversario de la primera aparición en Fátima, la cual se verificó el 13 de Mayo de 1917.
Estas fechas se encontraron entre sí de tal manera, que me pareció reconocer en eso un llamado especial para venir aquí. Y es donde hoy estoy. Vine para agradecer a la Divina Providencia, en este lugar, que la Madre de Dios parece haber escogido de modo tan particular. "Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti" - Fue gracias al Señor que no fuimos aniquilados (Lam. 3- 22) - repito una vez más con el Profeta.
Vine, efectivamente, sobre todo para proclamar aquí la gloria del mismo Dios: "Bendito sea el Señor Dios, Creador del Cielo y de la Tierra", quiero repetir con las palabras de la Liturgia de hoy (Judt. 13-18).
Y al Creador del Cielo y de la Tierra elevo también aquel especial himno de gloria, que es Ella propia: la Madre Inmaculada del Verbo Encarnado: "Bendita seas, hija mía, por el Dios Altísimo / Más que todas las mujeres sobre la Tierra... / La confianza que tuviste no será olvidada por los hombres, / Y ellos han de recordar siempre el poder de Dios. / Así Dios te enaltezca eternamente" (Ibid. 13, 18-20).
En base a este canto de alabanza, que la Iglesia entona con alegría, aquí como en tantos lugares de la tierra, está la incomparable elección de una hija del género humano para ser Madre de Dios.
Y por eso sea sobre todo adorado Dios: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Sea bendita y venerada María, prototipo de la Iglesia, como "habitación de la Santísima Trinidad".
5. A partir de aquel momento en que Jesús, al morir en la Cruz, dijo a Juan: "He aquí a tu Madre", y a partir del momento en que el discípulo "La recibió en su casa", el misterio de la maternidad espiritual de María tuvo su realización en la historia con una amplitud sin límites. Maternidad quiere decir solicitud por la vida del hijo. Ora sí, María es madre de todos los hombres, su desvelo por la vida del hombre se reviste de un alcance universal. La dedicación de cualquier madre abarca al hombre todo. La maternidad de María tiene su inicio en los cuidados maternos con Cristo. En Cristo, a los pies de la Cruz, Ella aceptó a Juan y, en él, aceptó a todos los hombres y al hombre totalmente. María abraza a todos, con una solicitud particular, en el Espíritu Santo. Es Él, efectivamente, "Aquel que da la vida", como profesamos en el Credo. Y Él que da la plenitud de la vida, con apertura para la eternidad.
La maternidad espiritual de María es, pues, participación en el poder del Espíritu Santo, en el poder de Aquel "que da la vida". Y es al mismo tiempo, el servicio humilde de Aquella que dice de sí misma: "He aquí la sierva del Señor" (Luc. 1-38).
A la luz del misterio de la maternidad espiritual de María, busquemos entender el extraordinario mensaje que, desde aquí, de Fátima, comenzó a resonar por todo el mundo, desde el día 13 de Mayo de 1917, y que se prolongó durante cinco meses, hasta el día 13 de Octubre del mismo año.
6. La Iglesia enseñó siempre, y continúa en proclamar, que la revelación de Dios fue llevada a la consumación en Jesucristo, que es la plenitud de la misma, y que "no se ha de esperar ninguna otra revelación pública, antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo " (Dei Verbum, 4). La misma Iglesia aprecia y juzga las revelaciones privadas según el criterio de su conformidad con aquella única Revelación pública.
Así, si la Iglesia aceptó el mensaje de Fátima, es sobre todo porque contiene una verdad y un llamado que, en su contenido fundamental, son la verdad y el llamado del propio Evangelio. "Convertíos (haced penitencia), y creed en la Buena Nueva (Mc. 1-15): son estas las primeras palabras del Mesías dirigidas a la humanidad. Y el mensaje de Fátima, en su núcleo fundamental, es el llamado a la conversión y a la penitencia, como en el Evangelio. Este llamado fue hecho en los inicios del siglo veinte y, por lo tanto, fue dirigido, de un modo particular a este mismo siglo. La Señora del mensaje parecía leer, con una perspicacia especial, las "señales de los tiempos", las señales de nuestro tiempo.
El llamado a la penitencia es un llamado maternal; y, al mismo tiempo, es enérgico y hecho con decisión. La caridad que "se congratula con la verdad"(1Cor 13- 6) sabe ser clara y firme. El llamado a la penitencia, como siempre anda unido al llamado a la oración. En conformidad con la tradición de muchos siglos, la Señora del mensaje de Fátima, indica el rosario que bien se puede definir "la oración de María": la oración en la cual Ella se siente particularmente unida con nosotros. Ella misma reza con nosotros. Con esta oración del rosario se abarcan los problemas de la Iglesia, de la Sede de Pedro, los problemas del mundo entero. Además de esto, se recuerdan a los pecadores, para que se conviertan y se salven, y las almas del Purgatorio.
Las palabras del mensaje fueron dirigidas a niños, cuya edad iba de los siete a los diez años. Los niños, como Bernadette de Lourdes, son particularmente privilegiados en estas apariciones de la Madre de Dios. De aquí deriva el hecho también de la simplicidad de su mensaje, de acuerdo con la capacidad de comprensión infantil. Los niñitos de Fátima se tornaron en los interlocutores de la Señora del mensaje y también sus colaboradores. Uno de ellos todavía está vivo.
7. Cuando Jesús dijo desde lo alto de la Cruz: "Señora, he aquí a Tu hijo" (Io. 19, 26), abrió, de manera nueva, el Corazón de Su Madre, el corazón Inmaculado, y le reveló la nueva dimensión del amor y el nuevo alcance del amor al que Ella fuera llamada, en el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de la Cruz.
En las palabras del mensaje de Fátima nos parece encontrar precisamente esta dimensión del amor materno, el cual con su amplitud, abarca todos los caminos del hombre en dirección a Dios: tanto aquellos que siguen sobre la tierra, como aquellos que, a través del Purgatorio, llevan más allá de la tierra. La solicitud de la Madre del Salvador, se identifica con la solicitud por la obra de la salvación: la obra de Su Hijo. Es solicitud por la salvación, por la eterna salvación de todos los hombres. Al completarse sesenta y cinco años, después de aquel día 13 de Mayo de 1917, es difícil no descubrir cómo este amor salvador de la Madre abraza en su amplitud, de un modo particular, nuestro siglo. A la luz del amor materno, nosotros comprendemos todo el mensaje de Nuestra Señora de Fátima.
Aquello que se opone más directamente al caminar del hombre en dirección a Dios es el pecado, el perseverar en el pecado, en fin, la negación de Dios. El apartar el nombre de Dios del mundo y del pensamiento humano. La separación de Él de toda la actividad terrenal del hombre. El rechazo de Dios por parte del hombre. En verdad, la salvación eterna del hombre solamente en Dios se encuentra. El rechazo de Dios por parte del hombre puede tornarse definitivo, lógicamente conduce al rechazo del hombre por parte de Dios (Cfr. Mat. 7- 23; 10- 33), a la condena.
¿Podrá la Madre, que desea la salvación de todos los hombres, con toda la fuerza de su amor que alimenta en el Espíritu Santo, podrá Ella quedarse callada acerca de aquello que mina las propias bases de esta salvación? No, no puede! Por eso, el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, tan maternal, se presenta al mismo tiempo tan fuerte y decidido. Hasta parece severo. Es como si hablase Juan Bautista en las márgenes del río Jordán. Exhorta a la penitencia. Advierte. Llama a la oración. Recomienda el rosario.
Este mensaje es dirigido a todos los hombres. El amor de la Madre del Salvador llega hasta donde quiere que se extienda la obra de la salvación. Y objeto de Su desvelo son todos los hombres de nuestra época y, al mismo tiempo, las sociedades, las naciones y los pueblos. Las sociedades amenazadas por la apostasía, amenazadas por la degradación moral. La derrocada de la moralidad trae consigo la derrocada de las sociedades.
8. Cristo dijo desde lo alto de la Cruz: "Señora, he aquí a Tu hijo". Y, con tales palabras, abrió, de un modo nuevo, el Corazón de Su Madre. Poco después, la lanza del soldado romano traspasó el costado del Crucificado. Aquel corazón traspasado se tornó en la señal de la redención, realizada mediante la muerte del Cordero de Dios. El Corazón Inmaculado de María abierto por las palabras - "Señora, He aquí a Tu Hijo" - se encuentra espiritualmente con el Corazón del Hijo traspasado por la lanza del soldado. El Corazón de María fue abierto por el mismo amor para el hombre y para el mundo con que Cristo amó, ofreciéndose a Sí mismo por ellos, sobre la Cruz, hasta aquel golpe de la lanza del soldado.
Consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de María, significa aproximarnos, mediante la intercesión de la Madre, de la propia Fuente de Vida, nacida en Gólgota. Este Manantial brota ininterrumpidamente, saliendo de él la redención y la gracia. En él se realiza continuamente la reparación por los pecados del mundo. Tal Manantial es sin cesar Fuente de vida nueva y de santidad.
Consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de la Madre significa volver de nuevo junto a la Cruz del Hijo. Pero quiere decir, además: consagrar este mundo al Corazón traspasado del Salvador, reconduciéndolo a la propia fuente de Redención. La Redención es siempre mayor que el pecado del hombre y que "el pecado del mundo". La fuerza de la Redención supera infinitamente toda especie de mal, que está en el hombre y en el mundo. El Corazón de la Madre está consciente de eso, como ningún otro corazón en todo el cosmos, visible e invisible. Y para eso hace la llamada.
Llama no solamente a la conversión. Nos llama a que nos dejemos auxiliar por Ella, como Madre, para volvernos nuevamente a la fuente de la Redención.
9. Consagrarse a María Santísima significa recurrir a su auxilio y ofrecernos a nosotros mismos y ofrecer la humanidad a Aquel que es Santo, infinitamente Santo; valerse de su auxilio - recurriendo a su Corazón de Madre abierto junto a la Cruz al amor para con todos los hombres y para con el mundo entero - para ofrecer el mundo, y el hombre, y la humanidad, y todas las naciones, a Aquel que es infinitamente Santo. La santidad de Dios se manifestó en la redención del hombre, del mundo, de la humanidad entera y de las naciones: redención esta que se realizó mediante el sacrificio de la Cruz. "Por ellos, Yo me consagro a Mí mismo", había dicho Jesús" (Io. 17, 19).
El mundo y el hombre fueron consagrados con la potencia de la Redención. Fueron confiados a Aquel que es infinitamente Santo. Fueron ofrecidos y entregados al propio Amor, al Amor misericordioso.
La Madre de Cristo nos llama y nos exhorta a unirnos a la Iglesia del Dios vivo, en esta consagración del mundo, en este acto de entrega mediante el cual el mismo mundo, la humanidad, las naciones y todos y cada uno de los hombres son ofrecidos al Eterno Padre, envueltos con la virtud de la Redención de Cristo. Son ofrecidos en el Corazón del Redentor traspasado en la Cruz. La Madre del Redentor nos llama, nos invita y nos ayuda para unirnos a esta consagración, a este acto de entrega del mundo. Entonces nos encontraremos, de hecho, lo más próximo posible del Corazón de Cristo traspasado en la Cruz.
10. El contenido del llamado de Nuestra Señora de Fátima está tan profundamente radicado en el Evangelio y en toda la Tradición, que la Iglesia se siente interpelada por ese mensaje.
Ella respondió a la interpelación mediante el Siervo de Dios Pío XII (cuya ordenación episcopal se realizara precisamente el 13 de Mayo de 1917), el cual quiso consagrar al Inmaculado Corazón de María el género humano y especialmente los Pueblos de Rusia. ¿Con esa consagración no habrá él, por ventura, correspondido a la elocuencia evangélica del llamado de Fátima?
El Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium" y en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Contemporáneo "Gaudium et Spes" explicó ampliamente las razones de los lazos que unen la Iglesia con el mundo de hoy. Al mismo tiempo sus enseñanzas sobre la presencia especial de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, maduraron en el acto en que Pablo VI, al llamar a María también Madre de la Iglesia, indicaba de manera más profunda el carácter de su unión con la misma Iglesia y de Su solicitud por el mundo, por la humanidad, por cada uno de los hombres y por todas las naciones: su maternidad.
De este modo, fue todavía más profundizada la comprensión del sentido de la entrega, que la Iglesia es llamada a efectuar, recurriendo al auxilio del Corazón de la Madre de Cristo y nuestra Madre.
11. ¿Y cómo es que se presenta hoy delante de la Santa Madre que engendró al Hijo de Dios, en su Santuario de Fátima, Juan Pablo II, sucesor de Pedro y continuador de la obra de Pío, de Juan y de Pablo y particular heredero del Concilio Vaticano II?
Se presenta con ansiedad, a hacer la relectura, de aquel llamado materno a la penitencia y a la conversión, de aquel llamado ardiente del Corazón de María, que se hizo oír aquí en Fátima, hace sesenta y cinco años. Sí, releerlo, con el corazón amargado, porque ve cuántos hombres, cuántas sociedades y cuántos cristianos, se fueron en dirección opuesta a aquella que fue indicada por el mensaje de Fátima. El pecado adquirió así un fuerte derecho de ciudadanía y la negación de Dios se difundió en las ideologías, en las concepciones y en los programas humanos!
Y precisamente por eso, la invitación evangélica a la penitencia y a la conversión, expresa en las palabras de la Madre, continúa todavía actual. Más actual que hace sesenta y cinco años atrás. Y hasta más urgente. Es por eso también que tal invitación será el próximo asunto del Sínodo de los Obispos, el año que viene, Sínodo para el cual ya estamos preparando.
El sucesor de Pedro se presenta aquí también como testimonio de los inmensos sufrimientos del hombre, como testimonio de las amenazas casi apocalípticas, que pesan sobre las naciones y sobre la humanidad. Y busca abrazar estos sufrimientos con su débil corazón humano, al mismo tiempo que se pone bien delante del misterio del Corazón: del Corazón de la Madre, del Corazón Inmaculado de María.
En virtud de esos sufrimientos, con la consciencia del mal que deambula por el mundo y amenaza al hombre, a las naciones y a la humanidad, el sucesor de Pedro se presenta aquí con una fe mayor en la redención del mundo: fe en aquel Amor salvador que es siempre mayor, siempre más fuerte que todos los males.
Así, si por un lado el corazón se oprime, por el sentido del pecado del mundo, como resultado de la serie de amenazas que aumentan en el mundo, por otro lado, el mismo corazón humano se siente dilatar con la esperanza, al poner en práctica una vez más aquello que mis Predecesores ya hicieron: entregar y confiar el mundo al Corazón de la Madre, confiarle especialmente aquellos pueblos, que, de modo particular, tengan necesidad de ello. Este acto equivale a entregar y a confiar el mundo a Aquel que es Santidad infinita. Esta Santidad significa redención, significa amor más fuerte que el mal. Jamás algún "pecado del mundo" podrá superar este Amor.
Una vez más. Efectivamente, el llamado de María no es para una sola vez. Él continúa abierto para las generaciones que se renuevan, para ser correspondido de acuerdo con las "señales de los tiempos" siempre nuevas. A Él se debe volver incesantemente. Hay que retomarlo siempre de nuevo.
12. Escribe el Autor del Apocalipsis: "Vi después la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del Cielo, de la presencia de Dios, lista como novia adornada para su esposo. Y, del trono, oí una voz potente que decía: He aquí la morada de Dios entre los hombres. Dios ha de vivir entre ellos: ellos mismos serán Su pueblo y Él propio - Dios-con-ellos - será Su Dios" (Apoc. 21- 2ss). La Iglesia vive de esta fe.
Con tal fe camina el Pueblo de Dios. "La morada de Dios entre los hombres" ya está sobre la tierra.
Y en ella está el Corazón de la Esposa y de la Madre, María Santísima, adornado con la gema de la Inmaculada Concepción: el Corazón de la Esposa y de la Madre, abierto junto a la Cruz por la palabra del Hijo, para un nuevo y gran amor del hombre y del mundo. El Corazón de la Esposa y de la Madre, conocedora de todos los sufrimientos de los hombres y de las sociedades sobre la faz de la tierra.
El Pueblo de Dios es peregrino por los caminos de este mundo en dirección escatológica. Está en peregrinación para la eterna Jerusalén, para la "morada de Dios entre los hombres".
Allá, donde Dios "ha de secarles todas las lágrimas de los ojos; la muerte dejará de existir, y no habrá más luto, ni clamor, ni fatiga. Lo que había anteriormente desapareció" (Cfr. Apoc. 21-4).
Pero "lo que había anteriormente" todavía perdura. Y es eso precisamente lo que constituye el espacio temporal de nuestra peregrinación.
Por eso, miremos para "Aquel que está sentado en el trono" que dice: "Voy a renovar todas las cosas" (Cfr. Ibid. 21, 5). Y juntamente con el Evangelista y Apóstol, busquemos ver con los ojos de la fe "el nuevo cielo y la nueva tierra", porque el "primer cielo y la primera tierra" ya pasaron...
Entre tanto, hasta ahora, "el primer cielo y la primera tierra" continúan, estando siempre a nuestro alrededor y dentro de nosotros. No podemos ignorarlo. Eso nos permite, sin embargo, reconocer qué gracia inmensa fue concedida al hombre cuando en medio de este peregrinar, en el horizonte de la fe de nuestros tiempos, se encendió esa "Señal grandiosa: una Mujer"!
Sí, verdaderamente podemos repetir: "Bendita seas, hija, por el Dios altísimo, más que todas las mujeres sobre la Tierra! ... Procediendo con rectitud, en la presencia de nuestro Dios,
... Aliviaste nuestro abatimiento".
Verdaderamente, Bendita sois Vos!
Sí, aquí y en toda la Iglesia, en el corazón de cada uno de los hombres y en el mundo entero: sea bendita oh María, nuestra Madre dulcísima!

domingo, 4 de mayo de 2014

1987. Homilía en la Misa para la Familia. Valparaíso


Valparaiso 
Amados hermanos en el Episcopado, autoridades, queridos hermanos y hermanas en Cristo:
«Bendito eres, Dios de nuestros padres, y bendito por los siglos tu nombre santo y glorioso» (Tb 8, 5).

1. Bajo la mirada bondadosa y propicia de la Sagrada Familia de Nazaret saludo cordialmente, junto con el Pastor de esta Iglesia local, a todas las familias aquí reunidas de Valparaíso, de Viña del Mar, de Santiago y de tantas otras localidades de esta querida tierra chilena. Asimismo doy mi bienvenida a los demás obispos de las diócesis vecinas, a los sacerdotes, religiosos y personas consagradas, laicos, gente del mar, de la ciudad y del campo.

2. Acabamos de escuchar las palabras que Tobías y Sara su esposa dirigieron, en un trance particular de su vida, al Dios de sus padres, alabándolo y adorándolo. Dios quiera que este himno de adoración y de gloria se siga cantando por siempre en vuestra patria y en vuestros hogares.
Hemos escuchado también cómo aquella pareja de recién casados, Tobías y Sara, reconocían gozosamente que Dios ha creado al hombre, varón y mujer, Adán y Eva, para que fueran sustento y ayuda mutua en el amor y para que, gracias a su fecundidad se propagara el género humano (cfTb 8, 6). De este modo, todos los pueblos y naciones de la tierra son deudores a la institución familiar. A la familia debe la sociedad su propia existencia. La familia es el ambiente fundamental del hombre, puesto que ella aparece unida al mismo Creador en el servicio de la vida y del amor. Así podemos comprender que «el futuro de la humanidad se fragua en la familia» (Familiaris consortio, 86).
De nuevo, pues, y con los ojos puestos en la Sagrada Familia de Jesús, María y José, doy la bienvenida a todas y a cada una de las familias reunidas en esta ciudad de Valparaíso, y a todas las familias de Chile, espiritualmente unidas a nuestra celebración eucarística. Es para mí un motivo de inmensa alegría encontrarme con vosotros como testigo y Vicario de Cristo, para proclamar la extraordinaria y misteriosa riqueza de su gozoso mensaje sobre el matrimonio y la familia.

3. La lectura evangélica nos narra la primera subida de Jesús a Jerusalén cuando tenía doce años, con María y José, para celebrar la fiesta de la Pascua. Tal como nos cuenta San Lucas, los padres de Jesús no se dieron cuenta de que éste se había quedado en Jerusalén, terminada la fiesta; sólo después de una jornada de viaje se percataron de su ausencia; volvieron presurosos a la ciudad y hallaron a Jesús en el templo en medio de los doctores de la ley: «los escuchaba y les preguntaba» (Lc 2, 46). Podemos imaginarnos la preocupación de María y de José durante las interminables horas que precedieron al hallazgo de Jesús. ¡No encontraban a su hijo y desconocían las razones profundas de aquel « extravío »!
¿Por qué no pensar que esta preocupación de María y José es semejante a tantas angustias e inquietudes de los padres y madres de todas las épocas? Recordad, queridos padres, cuántas veces vosotros mismos habéis vivido preocupaciones parecidas. Esta preocupación nace del amor entrañable de los padres por sus hijos, y hace madurar este mismo amor uniendo más profundamente a los esposos. En esa misma preocupación se pone de manifiesto unaresponsabilidad salvífica que confiere a todo amor esponsal y familiar una dignidad y sublimidad particulares.

4. En la celebración eucarística, se renueva el don inefable del amor de Cristo y se hace presente, aquí y ahora, en forma sacramental, el único sacrificio de la Nueva Alianza, desposorio de Cristo con su Iglesia, presentado por San Pablo como fuente inagotable que alimenta el amor conyugal de los cristianos (cf Ef 5, 25-32) . Vuestras legítimas preocupaciones por los hijos, las alegrías, dificultades y renuncias anejas a la convivencia, y en general a toda la vida de familia, encuentran en la Eucaristía una fuente de luz.
En efecto, el misterio del amor esponsal de Cristo penetra más y más en cada persona que recibe asiduamente el sacramento de la Eucaristía. Entre vosotros, esposos, y Cristo existe ya la comunión de amor indisoluble por medio del sacramento del matrimonio, con el que ha sido sellado vuestro hogar para convertirse en célula fundamental de la sociedad humana y cristiana. La celebración eucarística, «fuente y cumbre de toda la vida cristiana » (Lumen gentium, 11), os hace crecer en el amor de Cristo, incorporándoos cada vez más a su Alianza íntima, y os da fuerza para seguir recreando el amor y la vida nueva para la salvación del mundo.
El amor en el hogar ha de saber valorar a cada miembro de la familia por lo que es y por lo que hace, más que por lo que tiene. Y es así como de la experiencia de este amor eminentemente personal y comunitario, nace a su vez la conciencia de la dignidad propia de cada persona. Esta misma experiencia, que va adquiriendo densidad en la familia, a medida que se va reforzando el amor mutuo y generoso, viene a ser también punto de partida para reconocer y respetar la dignidad de los demás y, por lo mismo, para ejercitarse en las demás actitudes y virtudes que capacitan al hombre para construir una sociedad solidaria y fraterna. He ahí que la familia se convierte en la « escuela de humanidad más completa y más rica », (Familiaris consortio, 21) a la vez que «constituye el fundamento de la sociedad» (Gaudium et spes, 52)

5. Permitidme ahora repetir ese hermoso fragmento de la oración que los jóvenes esposos, Tobías y Sara, elevaron al Señor el mismo día de sus bodas, y que nosotros acabamos de escuchar: «Dios de nuestros padres ... Tú hiciste a Adán del barro de la tierra y le diste a Eva como ayuda. Ahora, Señor, Tú sabes: si yo me caso con esta hija de Israel no es para satisfacer mis pasiones, sino para fundar una familia en la que se bendiga tu nombre por siempre» (Tb 8, 5-8).
Esa es la verdadera oración de los esposos: una oración impregnada de la presencia divina, que es tarea indicadora de la vocación del hombre y de la mujer al matrimonio, y constructora de la vida familiar. Una plegaria semejante debería acompañar toda vuestra vida, porque, como dice el Salmo interleccional que hemos cantado: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 127 (126), 1).
Ese es precisamente vuestro objetivo: construir la casa como hogar de una comunidad humana que es la base y la célula de toda la sociedad. Incluso «la Iglesia encuentra su cuna en la familia, nacida del sacramento» (Familiaris consortio, 15). Pero se trata de una casa y un hogar verdadero, donde mora el amor recíproco de los esposos y de los hijos. De esta manera vuestra casa será también «la morada de Dios entre los hombres» (Ap 21, 3), la Iglesia doméstica (Lumen gentium, 11).

6. He venido entre vosotros como peregrino y Pastor, para repetir a las familias chilenas un llamado urgente: «¡Familia, sé lo que eres!» (Familiaris consortio, 17). ¡Familia, descubre tu identidad de ser « íntima comunidad de vida y de amor», con «la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo del amor de Dios y del amor de Cristo por la Iglesia su Esposa» (Familiaris consortio, 17). He venido para deciros que la familia es el punto de apoyo que la Iglesia necesita hoy, también en Chile, para encaminar el mundo hacia Dios y para devolverle la esperanza que parece haberse difuminado ante sus ojos. En la familia cristiana se muestra claramente cómo «la Iglesia es el corazón de la humanidad» (Dominum et vivificantem, 67) ,puesto que «el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia» (Familiaris consortio, 75) y se fragua en ella. Bien lo decía San Agustín con su certera intuición: La familia es «el vivero de la ciudad» (San Agustín De Civitate Dei, XV, 15: PL 41, 459), quiere decirse la sociedad.
Es verdad que son muchos los problemas que hoy se plantean a esta institución básica. Algunos son urgentes y muy delicados, ya que comportan la decidida aplicación, en vuestro ambiente cultural y social, de la doctrina cristiana sobre el matrimonio. A este respecto no olvidéis que el punto de referencia ha de ser siempre la verdad revelada tal como la profesa la Iglesia, y su Magisterio la enseña. «Nadie puede edificar la caridad, si no es en la verdad. Este principio vale tanto para la vida de cada familia como para la vida y acción de los Pastores que se propongan servir a las familias ... Las funciones de la familia cristiana, cuya esencia es la caridad, sólo puede realizarse si se vive plenamente la verdad .. Es la verdad la que abre el camino hacia la santidad y la justicia»Homilía de la misa de clausura del V Sínodo de los obispos, 25 de octubre de 1980). De esta verdad sale garante el Magisterio de la Iglesia, consciente de que se trata de un servicio primordial a la familia y a la sociedad misma.

7. Hemos de descubrir en esa enseñanza de la Iglesia algo más que unas normas externas, puesto que en ella se encierra el misterioso designio de Dios sobre los esposos, llamados a ser colabora-dores de su amor creador, a la vez que recorren un camino de santidad personal, de testimonio y evangelización para el mundo. El Concilio Vaticano II definió a la familia como la «escuela del más rico humanismo» (Gaudium et spes, 52). La familia es el lugar más sensible donde todos podemos poner el termómetro que nos indique cuáles son los valores y contravalores que animan o corroen la sociedad de un determinado país.
En este contexto se comprende mejor cómo «las familias, tanto solas como asociadas, pueden y deben dedicarse a obras de servicio social, especialmente en favor de los pobres» (Familiaris consortio, 44). Por esto como indicaba en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, «la función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de "intervención política", es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En este sentido las familias deben crecer en la conciencia de ser "protagonistas" de la llamada "política familiar", y asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad» (Familiaris consortio, 44).
He aquí un motivo ulterior para que la familia adquiera conciencia de estar llamada a salvar y cultivar la esperanza a través del amor, a formar hombres en ese mismo amor, de modo que esté abierto a la comunidad social y movido por un sentido de justicia y de respeto hacia los demás.

8. Queridos esposos y esposas de Chile: Vuestra misión en la sociedad y en la Iglesia es sublime. Por eso habéis de ser creadores de hogares, de familias unidas por el amor y formadas en la fe.No os dejéis invadir por el contagioso cáncer del divorcio que des-troza la familia, esteriliza el amor y destruye la acción educativa ele los padres cristianos. No separéis lo que Dios ha unido. (cf Mt19, 6).
En la unión conyugal el amor debe ser genuino, es decir, «plenamente humano, total, exclusivo y abierto a una vida nueva» (Humanae vitae, 9, 11).  En un mundo en que tantas veces vemos un amor falsificado y contrahecho de mil maneras, la Iglesia considera como uno de los deberes más apreciados y urgentes para la salvación del mundo, el « testimonio de inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial» (Familiaris consortio, 20). El amor va unido intrínsecamente a la vida, se orienta hacia la vida. Por esto la familia es « intima comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 17) .Cuando el amor conyugal es auténtico, se constituye en imitación del amor de Cristo que «amó hasta el extremo» (Jn 13, 1).
Frente a una «mentalidad contra la vida» (Familiaris consortio, 30), que quiere conculcarla desde sus albores, en el seno materno, vosotros, esposos y esposas cristianos, promoved siempre la vida, defendedla contra toda insidia, respetadla y hacedla respetar en todo momento. Sólo de este respeto a la vida en la intimidad familiar, se podrá pasar a la construcción de una sociedad inspirada en el amor y basada en la justicia y en la paz entre todos los pueblos.

9. Volvamos nuevamente al texto evangélico que ha sido proclamado durante esta celebración eucarística. En él encontramos unas palabras maravillosas y concisas que resumen la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, las cuales indican el estilo de vida escondida que llevaba el Hijo de Dios, como Hijo del hombre, junto a María y a José: «Bajó con ellos y vino a Nazaret, y les estaba sujeto, y su madre conservaba todo esto en su corazón. Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 51-52).
¡Qué denso contenido el de estas breves frases del Evangelio de San Lucas! ¡Sagrada Familia de Nazaret! 'Haz que la vida de todas las familias chilenas se parezca a ti. Que adquiera profunda madurez humana y cristiana; que se deje penetrar por aquella hermosura espiritual que nace del amor y que se expresa en la solicitud, servicio, ayuda al prójimo.
Considerando, pues, la misión de la Iglesia en el mundo de hoy, se percibe la extraordinaria importancia de la familia y la urgencia de actualizar una pastoral familiar que ilumine y acompañe a los jóvenes esposos y también a las novios durante su preparación al matrimonio. Por esto, deseo felicitar al Episcopado chileno, por su fecundo ministerio, particularmente durante los últimos años, en el terreno de la pastoral familiar. Desde la creación de la Comisión nacional de Pastoral familiar en 1979, se ha promovido la creación de comisiones diocesanas en todo el país, y se han organizado numerosos encuentros nacionales, cursos y «Semanas de la Familia». Por otra parte, la familia ha sido colocada entre las principales prioridades de la actividad pastoral en Chile. Quiero también agradecer vivamente a los sacerdotes y a todos los catequistas, formadores v responsables de movimientos dedicados al cultivo de la espiritualidad matrimonial, así como a las llamadas « catequesis familiares », el valioso aporte que prestan en el difundir la gozosa vivencia de las verdades sobre la familia y la vida cristiana en general.

10. Permitidme que resalte todavía un punto básico de la vida familiar, que se refiere a la educación de los hijos para que sepan descubrir su propia vocación. El mismo texto evangélico de San Lucas, que hemos escuchado, nos ayudará a la reflexión. Efectivamente, antes de que María y José regresaran a Nazaret, en el preciso momento del encuentro con Jesús en el templo de Jerusalén, su Madre le preguntó con cierta angustia: «Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote. Y El les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 48-49).
Jesús hablaba de su Padre del cielo. Sólo Jesucristo podía dar una respuesta semejante, puesto que toda su vida estaba marcada icor la conciencia de la misión mesiánica recibida del Padre, que era misión de redimir el mundo, amando a todos los hombres sin excepción hasta dar la vida en sacrificio por cada uno de ellos.
Se puede decir que todo hijo e hija, con el correr del tiempo, llega al discernimiento de su propia vocación, que vendrá a ser el camino de su vida, como encargo o misión recibida de Dios para transformar la propia existencia en una donación a Dios y a los hermanos. El camino de cada uno es irrepetible. Nadie puede suplir a los demás en la misión que cada uno ha recibido de Dios.
¡Padres y madres! A veces esta vocación es de una total y exclusiva donación al ministerio eclesial o a la consagración en la vida religiosa. Sabed discernir esa vocación, respetadla y colaborad a su realización.
Ojalá que vuestros hogares sean una auténtica escuela de fe, un lugar de oración, una comunidad que participa gozosa en las celebraciones litúrgicas y sacramentales, de suerte que, por el hecho de compartir esas experiencias de Cristo, se convierta en un pequeño Cenáculo con María desde donde parten apóstoles del Evangelio y servidores de las necesidades de los hermanos.
Durante la preparación a esta visita pastoral, centenares de miles de hogares chilenos, acogieron en sus casas el « altar familiar » como un medio para revitalizar la oración en familia. Que esa hermosa práctica continúe y que se recupere el rezo del santo Rosario en familia, como fue costumbre en los hogares de vuestros mayores.

11. Dentro de pocos momentos, vais a renovar vuestras promesas matrimoniales. Seguidamente ofreceréis algunos dones que simbolizan la vida familiar, entre los que no va a faltar una imagen de la Virgen, venerada en el santuario de Lo Vásquez. Y precisamente esa imagen va a ser presentada por dos jóvenes que representan a todos vuestros hijos. Que todo ello sea prenda de una renovación de la vida familiar.
«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal (127 (126), 1).
¡Familia chilena!
Gracias porque también tú quieres ser mensajera de vida. Gracias por tu compromiso cristiano manifestado en la «Campaña del altar familiar».
Cree siempre en el amor y defiende la vida.
No cedas a las tentaciones del egoísmo o de la violencia. Abre de par en par las puertas de tu casa a Cristo.
A la Virgen María, presente en todos los corazones y en todos los hogares chilenos, encomiendo vuestros propósitos de fidelidad y de renovación. Ella os acompañará para hacer de cada hogar un templo donde reine Dios Amor.
Con esta esperanza imparto mí Bendición Apostólica a todas las familias de Valparaíso y de Chile, especialmente a los niños, a los ancianos y a los enfermos.

sábado, 3 de mayo de 2014

1987. Discurso a los jóvenes de Chile en el Estadio Nacional

Estadio Nacional 
Queridos jóvenes de Chile:

1. He deseado vivamente este encuentro que me ofrece la oportunidad de comprobar en directo vuestra alegría, vuestro cariño, vuestro anhelo de una sociedad más conforme a la dignidad propia del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Se que son éstas las aspiraciones de los jóvenes chilenos y por ello doy gracias a Dios.
He leído vuestras cartas y escuchado con gran atención y conmoción vuestros testimonios, en los que ponéis de manifiesto no sólo las inquietudes, problemas y esperanzas de la juventud chilena en las diversas regiones, ambientes y condiciones sociales.
Habéis querido exponer lo que pensáis sobre nuestra sociedad y nuestro mundo, indicando los síntomas de debilidad, de enfermedad y hasta de muerte espiritual. Es cierto: nuestro mundo necesita una profunda mejoría, una honda resurrección espiritual. Aunque el Señor lo sabe todo, quiere que, con la misma confianza de aquel jefe de la sinagoga, Jairo –que cuenta la gravedad del estado de su hija: “Mi niña está en las últimas”(Mc 5, 23)–, le digamos cuáles son nuestros problemas, todo lo que nos preocupa o entristece. Y el Señor espera que le dirijamos la misma súplica de Jairo, cuando le pedía la salud de su hija: “Ven, pon las manos sobre ella, para que sane” (Ibíd.). Os invito pues a que os unáis a mi oración por la salvación del mundo entero, para que todos los hombres resuciten a una vida nueva en Cristo Jesús. Existe Chile, pero existe también todo el mundo; existen tantos países, tantos pueblos, tantas naciones que no pueden morir. Se debe rezar para vencer la muerte. Se debe rezar para lograr una vida nueva en Cristo Jesús. El es la vida; El es la verdad; El es la camino.

2. Deseo recordaros que Dios cuenta con los jóvenes y las jóvenes de Chile para cambiar este mundo. El futuro de vuestra patria depende de vosotros. Vosotros mismos sois un futuro, el cual se configurará como presente según se configuren ahora vuestras vidas. En la Carta que dirigí a los jóvenes y a las jóvenes de todo el mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud, os decía: “De vosotros depende el futuro, de vosotros depende el Anal de este milenio y el comienzo del nuevo. No permanezcáis pues pasivos; asumid vuestras responsabilidades en todos los campos abiertos a vosotros en nuestro mundo” (Carta a los jóvenes con ocasión del Año internacional de la juventud, n. 16, 31 de marzo de 1985). Ahora, en este estadio, lugar de competiciones, pero también de dolor y sufrimiento en épocas pasadas, quiero volver a repetir a los jóvenes chilenos: ¡Asumid vuestras responsabilidades! Estad dispuestos, animados por la fe en el Señor, a dar razón de vuestra esperanza. (cf. 1P 3, 25)
Vuestra mirada atenta al mundo y a las realidades sociales, así como vuestro genuino sentido crítico que os ha de llevar a analizar y valorar juiciosamente las condiciones actuales de vuestro país, no pueden agotarse en la simple denuncia de los males existentes. En vuestra mente joven han de nacer, y también ir tomando forma, propuestas de soluciones, incluso audaces, no sólo compatibles con vuestra fe, sino también exigidas por ella. Un sano optimismo cristiano robará de este modo el terreno al pesimismo estéril y os dará confianza en el Señor.

3. ¿Cuál es el motivo de vuestra confianza? Vuestra fe, el reconocimiento y la aceptación del inmenso amor que Dios continuamente manifiesta a los hombres: “Dios Padre que nos ama a cada uno desde toda la eternidad, que nos ha creado por amor y que tanto nos ha amado a los pecadores hasta entregar a su Hijo unigénito para perdonar nuestros pecados, para reconciliarnos con El, para vivir con El una comunión de amor que no terminará jamás” (Mensaje para la II Jornada mundial de la juventud, n. 2, 30 de noviembre de 1986). Sí, Jesucristo, muerto, Jesucristo resucitado es para nosotros la prueba definitiva del amor de Dios por todos los hombres. Jesucristo, “el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hb 13, 8), continúa mostrando por los jóvenes el mismo amor que describe el Evangelio cuando se encuentra con un joven o una joven.
Así podemos contemplarlo en la lectura bíblica que hemos escuchado: la resurrección de la hija de Jairo, la cual –puntualiza San Marcos– “tenía doce años” (Mc 5, 42), Vale la pena detenernos a contemplar toda la escena. Jesús, como en tantas otras ocasiones, está junto al lago, rodeado de gente. De entre la muchedumbre sale Jairo, quien con franqueza expone al Maestro su pena, la enfermedad de su hija, y con insistencia le suplica su corazón: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Ibíd., 5, 23).
“Jesús se fue con él” (Mc 5, 24). El corazón de Cristo, que se conmueve ante el dolor humano de ese hombre y de su joven hija, no permanece indiferente ante nuestros sufrimientos. Cristo nos escucha siempre, pero nos pide que acudamos a El con fe.
Poco más tarde llegan a decir a Jairo que su hija ha muerto. Humanamente ya no había remedio. “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?” (Ibíd., 5, 36).
El amor que Jesús siente por los hombres, por nosotros, le impulsa a ir a la casa de aquel jefe de la sinagoga. Todos los gestos y las palabras del Señor expresan ese amor. Quisiera detenerme particularmente en esas palabras textuales recogidas de labios de Jesús: “La niña no está muerta, está dormida”. Estas palabras profundamente reveladoras me llevan a pensar en la misteriosa presencia del Señor de la vida en un mundo que parece como si sucumbiera bajo el impulso desgarrador del odio, de la violencia y de la injusticia, pero, no. Este mundo, que es el vuestro, no está muerto, sino adormecido. En vuestro corazón, queridos jóvenes, se advierte el latido fuerte de la vida, del amor de Dios. La juventud no está muerta cuando está cercana al Maestro. Sí, cuando está cercana a Jesús: vosotros todos estáis cercanos a Jesús. Escuchad todas sus palabras, todas las palabras, todo. Joven, quiere a Jesús, busca a Jesús. Encuentra a Jesús.
Seguidamente Cristo entra en la habitación donde está ella, la toma de la mano, y le dice: “Contigo hablo, niña, levántate” (Ibíd., 5, 41). Todo el amor y todo el poder de Cristo –el poder de su amor– se nos revelan en esa delicadeza y en esa autoridad con que Jesús devuelve la vida a esta niña, y le manda que se levante. Nos emocionamos al comprobar la eficacia de la palabra de Cristo: “La niña se puso en pie inmediatamente, y echó a andar” (Ibíd., 5, 42), Y en esa última disposición de Jesús, antes de irse; –“que dieran de comer a la niña” (Ibíd., 5, 43)– descubrimos hasta qué punto Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, conoce y se preocupa de todo lo nuestro, de todas nuestras necesidades materiales y espirituales.
De la fe en el amor de Cristo por los jóvenes nace el optimismo cristiano que manifestáis en este encuentro.

4. ¡Sólo Cristo puede dar la verdadera respuesta a todas vuestras dificultades! El mundo está necesitado de vuestra respuesta personal a las Palabras de vida del Maestro: “Contigo hablo, levántate”.
Estamos viendo cómo Jesús sale al paso de la humanidad, en las situaciones más difíciles y penosas. El milagro realizado en casa de Jairo nos muestra su poder sobre el mal. Es el Señor de la vida, el vencedor de la muerte.
Comparábamos antes el caso de la hija de Jairo con la situación de la sociedad actual. Sin embargo, no podemos olvidar que, según nos enseña la fe, la causa primera del mal, de la enfermedad, de la misma muerte, es el pecado en su diferentes formas.
En el corazón de cada uno y de cada una anida esa enfermedad que a todos nos afecta: el pecado personal, que arraiga más y más en las conciencias, a medida que se pierde el sentido de Dios. ¡A medida que se pierde el sentido de Dios! Sí, amados jóvenes. Estad atentos a no permitir que se debilite en vosotros el sentido de Dios. No se puede vencer el mal con el bien si no se tiene ese sentido de Dios, de su acción, de su presencia que nos invita a apostar siempre por la gracia, por la vida, contra el pecado, contra la muerte. Está en juego la suerte de la humanidad: “El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre” (Reconciliatio et Penitentia, 18).
De ahí que tengamos que ver las implicaciones sociales del pecado para edificar un mundo digno del hombre. Hay males sociales que dan pie a una verdadera “comunión del pecado” porque, junto con el alma, abajan consigo a la Iglesia y en cierto modo al mundo entero (cf. Ibíd., 16). Es justa la reacción de la juventud contra esa funesta comunión en el pecado que envenena el mundo.
Amados jóvenes: Luchad con denuedo contra el pecado, contra las fuerzas del mal en todas sus formas, luchad contra el pecado. Combatid el buen combate de la fe por la dignidad del hombre, por la dignidad del amor, por una vida noble, de hijos de Dios. Vencer el pecado mediante el perdón de Dios es una curación, es una resurrección. Hacedlo con plena conciencia de vuestra responsabilidad irrenunciable.

5. Si penetráis en vuestro interior descubriréis sin duda defectos, anhelos de bien no satisfechos, pecados, pero igualmente veréis que duermen en vuestra intimidad fuerzas no actuadas, virtudes no suficientemente ejercitadas, capacidades de reacción no agotadas.
¡Cuántas energías hay como escondidas en el alma de un joven o de una joven! ¡Cuántas aspiraciones justas y profundos anhelos que es necesario despertar, sacar a la luz! Energías y valores que muchas veces los comportamientos y presiones que vienen de la secularización asfixian y que sólo pueden despertar en la experiencia de fe, experiencia de Cristo vivo, Cristo muerto, Cristo crucificado, Cristo resucitado.
¡Jóvenes chilenos: No tengáis miedo de mirarlo a El! Mirad al Señor: ¿Qué veis? ¿Es sólo un hombre sabio? ¡No! ¡Es más que eso! ¿Es un Profeta? ¡Sí! ¡Pero es más aún! ¿Es un reformador social? ¡Mucho más que un reformador, mucho más! Mirad al Señor con ojos atentos y descubriréis en El el rostro mismo de Dios. Jesús es la Palabra que Dios tenía que decir al mundo. Es Dios mismo que ha venido a compartir nuestra existencia de cada uno.
Al contacto de Jesús despunta la vida. Lejos de El sólo hay oscuridad y muerte. Vosotros tenéis sed de vida. ¡De vida eterna! ¡De vida eterna! Buscadla y halladla en quien no sólo da la vida, sino en quien es la Vida misma.

6. Este es, amigos míos, el mensaje de vida que el Papa quiere transmitir a los jóvenes chilenos:¡Buscad a Cristo! ¡Mirad a Cristo! ¡Vivid en Cristo! Este es mi mensaje: «Que Jesús sea “la piedra angular” (cf. Ef 2, 20), de vuestras vidas y de la nueva civilización que en solidaridad generosa y compartida tenéis que construir. No puede haber auténtico crecimiento humano en la paz y en la justicia, en la verdad y en la libertad, si Cristo no se hace presente con su fuerza salvadora» (Mensaje para la II Jornada mundial de la juventud, n. 3, 30 de noviembre de 1986). ¿Qué significa construir vuestra vida en Cristo? Significa dejaros comprometer por su amor. Un amor que pide coherencia en el propio comportamiento, que exige acomodar la propia conducta a la doctrina y a los mandamientos de Jesucristo y de su Iglesia; un amor que llena nuestras vidas de una felicidad y de una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 27), a pesar de que tanto la necesita. No tengáis miedo a las exigencias del amor de Cristo. Temed, por el contrario, la pusilanimidad, la ligereza, la comodidad, el egoísmo; todo aquello que quiera acallar la voz de Cristo que, dirigiéndose a cada una, a cada uno, repite: “Contigo hablo, levántate” ( Mc5, 41).
Mirad a Cristo con valentía, contemplando su vida a través de la lectura sosegada del Evangelio; tratándole con confianza en la intimidad de vuestra oración, en los sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía, donde El mismo se ofrece por nosotros y permanece realmente presente. No dejéis de formar vuestra conciencia con profundidad, seriamente, sobre la base de las enseñanzas que Cristo nos ha dejado y que su Iglesia conserva e interpreta con la autoridad que de El ha recibido.
Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más intimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas. Jesús continúa dirigiéndose a vosotros y repitiéndoos: “Contigo hablo, levántate” (Ibíd.), especialmente cada vez que no seáis fieles con la obras a quien profesáis con los labios. Procurad, pues, no separaros de Cristo, conservando en vuestra alma la gracia divina que recibisteis en el bautismo, acudiendo siempre que sea necesario al sacramento de la reconciliación y del perdón.

7. Si lucháis por llevar a la práctica este programa de vida enraizado en la fe y en el amor a Jesucristo, seréis capaces de transformar la sociedad, de construir un Chile más humano, más fraterno, más cristiano. Todo ello parece quedar resumido en la escueta frase del relato evangélico: “Se puso en pie inmediatamente y echó a andar” (Mc 5, 42). Con Cristo también vosotros caminaréis seguros y llevaréis su presencia a todos los caminos, a todas las actividades de este mundo, a todas las injusticias de este mundo. Con Cristo lograréis que vuestra sociedad se ponga a andar recorriendo nuevas vías, hasta hacer de ella la nueva civilización de la verdad y del amor, anclada en los valores propios del Evangelio y principalmente en el precepto de la caridad; el precepto que es el más divino y el más humano.
Cristo nos está pidiendo que no permanezcamos indiferentes ante la injusticia, que nos comprometamos responsablemente en la construcción de una sociedad más cristiana, una sociedad mejor. Para esto es preciso que alejemos de nuestra vida el odio; que reconozcamos como engañosa, falsa, incompatible con su seguimiento, toda ideología que proclame la violencia y el odio como remedios para conseguir la justicia. El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. Dios siempre puede más.
En la experiencia de fe con el Señor, descubrid el rostro de quien por ser nuestro Maestro es el único que puede exigir totalmente, sin límites. Optad por Jesús y rechazad la idolatría del mundo, los ídolos que buscan seducir a la juventud. Sólo Dios es adorable. Sólo El merece vuestra entrega plena.
¿Verdad que queréis rechazar el ídolo de la riqueza, la codicia de tener, el consumismo, el dinero fácil?
¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del poder, como dominio sobre los demás, en vez de la actitud de servicio fraterno, de la cual Jesús dio ejemplo?, ¿verdad?
¿Verdad que queréis rechazar el ídolo del sexo, del placer, que frena vuestros anhelos de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz que lleva a la vida? El ídolo que puede destruir el amor.
Con Cristo, con su gracia, sabréis ser generosos para que todos vuestros hermanos los hombres, y especialmente los más necesitados participen de los bienes materiales y de una formación y una cultura adecuada a nuestro tiempo, que les permita desarrollar los talentos naturales que Dios les ha concedido. De ese modo será más fácil conseguir los objetivos de desarrollo y bienestar imprescindibles para que todos puedan llevar una vida digna y propia de los hijos de Dios.

8. Joven, levántate y participa, junto con muchos miles de hombres y mujeres en la Iglesia, en la incansable tarea de anunciar el Evangelio, de cuidar con ternura a los que sufren en esta tierra y buscar maneras de construir un país justo, un país en paz. La fe en Cristo nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa, que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre, que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás.
¡Joven, levántate! Estás llamado a ser un buscador apasionado de la verdad, un cultivador incansable de la bondad, un hombre o una mujer con vocación de santidad. Que las dificultades que te tocan vivir no sean obstáculo a tu amor y generosidad, sino un fuerte desafío. No te canses de servir, no calles la verdad, supera tus temores, sé consciente de tus propios límites personales. Tienes que ser fuerte y valiente, lúcido y perseverante en este largo camino.
No te dejes seducir por la violencia y las mil razones que aparentan justificarla. Se equivoca el que dice que pasando por ella se logrará la justicia y la paz.
Joven, levántate, ten fe en la paz, tarea ardua, tarea de todos. No caigas en la apatía frente a lo que parece imposible. En ti se agitan las semillas de la vida para el Chile del mañana. El futuro de la justicia, el futuro de la paz pasa por tus manos y surge desde lo profundo de tu corazón. Sé protagonista en la construcción de una nueva convivencia de una sociedad más justa, sana y fraterna.
9. Concluyo invocando a nuestra Madre, Santa María, bajo la advocación de Virgen del Carmen, Patrona de vuestra patria. Tradicionalmente a esta advocación han acudido siempre los hombres del mar, pidiendo a la Madre de Dios amparo y protección para sus largas y. en muchas ocasiones, difíciles travesías. Poned también vosotros bajo su protección la navegación de vuestra vida, de vuestra vida joven, no exenta de dificultades, y Ella os llevará al puerto de la Vida verdadera. Amen.