1. "Yo te bendigo, Padre, (...)
porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has
revelado a los pequeños" (Mt 11, 25).
Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del
Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y
lo acepta filialmente: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a
los pequeños.
Por designio divino, "una mujer vestida del sol" (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en
búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón
de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose
dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas
salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios,
como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: "Estábamos
ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede
decir. Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una luz que arde,
pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza
ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y
decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré contigo" (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta
presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en "zarza
ardiente" del Altísimo.
2. Lo que más impresionaba y absorbía al
beato Francisco era Dios en
esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a
él Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una noche, su
padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió:
"Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se
cometen contra él". Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien
el modo de pensar de los niños- de "consolar y dar alegría a Jesús".
En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una
transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una
vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y
llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva
a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los
propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.
Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin
quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una
sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar
las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo
sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él,
vivía animada por los mismos sentimientos.
3. "Y apareció
otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Ap 12, 3).
Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran
lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre,
al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por
destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la
memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas
partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y
las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los
atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad
para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola",
arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra
(cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es
el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor
misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra
a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su
muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para
ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).
Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a
los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido
muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el
destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho
y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque
no hay quien se sacrifique y pida por ellas".
4.La pequeña Jacinta sintió
y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como
víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían
contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a
visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a
vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al
cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que
sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le
recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra
Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de
convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan impresionada con
la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las
mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los
pecadores.
Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los
padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a
las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). El domingo pasado, en el
Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX,
recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos
testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos
de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el
tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de
tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero
hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas
esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo,
cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte.
Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones
que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los
pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la
beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia
quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a
la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre
el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a
través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a
esta diócesis de Leiría-Fátima.
Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus
palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado
portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus
santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en
particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que
la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los
damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau,
Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos
e hijas de Brasil.
Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades
que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para
expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha
hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo
particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus
hijos elevados al honor de los altares.
6.Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que
muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien!
Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los pastorcitos
desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha
necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que
se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los
pecadores.
Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la "escuela"
de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que
procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que "se avanza más en
poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas
personales, apoyándose sólo en sí mismos" (san Luis María Grignion de
Montfort,Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n.
155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una
mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y
acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado:
"Fue Nuestra Señora", le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose
con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco
tiempo las cumbres de la perfección.
7."Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e
inteligentes, y se las has revelado a los pequeños".
Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María,
tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.
Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la
humanidad.
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